Vendrán las olas de fuego envolviendo
nuestro arrastre a los vientres turbulentos,
donde nadie conoce tus tesoros húmedos,
breves y fugitivos, ni las eternas piedras cabrioladas.
Guardemos los viejos besos nupciales que se confunden
con los tiernos, ventanales nuevos, de ahora,
permanecen en las hojas de los libros de versos escritos porque
fueron parapetos nuestros.
Sostuvo en aquella época todas las llaves del tiempo
en toda su latitud donde renueva el árbol,
el fruto maduro y nuestros cuerpos caen casualmente
a los charcos con su barro y sus hojas quebradas,
así,
no serán confundidos con ningún ruido de mar,
ni lluvias caprichosas monótonas, para acallar
el chasquido hormonal de la cálida tierra.
Sólo nos ahogaremos en las olas de fuego
que nos juntarán, una vez y otra vez,
ya no en un lecho irremisible ni
haber bebido de las fuentes oscuras besos clarividentes.
Nuestra simbiosis de sueños y tardes, de tardes y sueños,
en un roquerío piadoso fuera del mar nos apareamos
alucinados,
bajo la umbra de la noche sacra, dormirás, dormiremos.
Ven, roza tu oído en mi estría
donde oculto el rumor de tu beso
allí mi boca redibujó tu periferia surgiendo el redoble
de tu relincho,
ahora el olvido es tan largo como la noche de un niño.
Huéleme desnuda, huéleme sudorosa,
habítame, puedo ser tu diosa de las fuentes y
de los partos de tus madrugadas,
con tu despertar de pólvora en la proximidad
de la mañana indómita.
Hábitame puedo ser tu diosa.
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