Sostengo de mis labios
las secas hojas, relucen sobre el agua oscura
del charco de otoño
y la herrumbre de océanos
me muestran los pirueteos proscritos,
y te ocultas donde grita la roca
sus vientos,
y amenaza a un barco a la deriva.
Artesano, artillero,
secreto que llevas audible fuego,
entras a mis feudos, violas mi ascetismo,
pináculo de gloria de una flor que acunas.
Me asedias con el frío perpetuo de tu sombra,
enjuta,
por tu repetido hálito, cuando me nombras
y me nombras, y me besas y me besas,
volcán de mis desbocados reflujos,
cedo a tu asedio, sin embargo, maldita sea.
¿Ve alguien los vastos soles de donde soy?
¿veían cuando me asfixiaba con una lágrima
o un hilillo de mi voz amanecida?
Ahí vi el reflejo de mis rasgos
cuando en mi vientre rugieron los anidados
miocardios henchidos,
ansiosos se debatieron halcones con sus zarpas,
se disputaron lo que parecía mi carne.
Tengo el Apocalipsis y un lirio rosa
colgado de mi barbilla abúlica.
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