Escultor de la mañana
penetraste tu cincel en mis tejidos,
mis gritos presos te hicieron sangre,
montaña desbordada, siempre fuego
en mis entrañas asidas a ti,
de tus ojos invisibles, campanarios de mi templo,
donde sólo tú sacerdotizas,
yo única feligresa te confieso
este piélago nocturno de undívagos quejidos
agarrándome a tu pecho,
bebiendo el manjar lácteo
que me hechiza, que me enciende,
hasta hacerme trapíos en mi lecho.
Caminé como una loca
por los senderos que me guiaron tus manos
en mis sexo y tus arterias.
¡A la mierda hipócritas y timoratos
que se duermen la vida!
que no comprenden,
que el cielo está en la tierra,
y nosotros somos sus dueños.
Agradecida estoy desde que bebo
de tu boca el placer golosa
moribunda y mancillada de tus besos.
Lo nuestro será un sepulcro,
sobre mi catafalco posarás tu flor,
la que quisiste sexo, la que quisiste rosa
y antes de ponerme en tierra,
tómala y bésala
Devórala.
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