Levanta el polvo - todos los sonidos del mundo-
el viento irreverente.
Guías mi mano muerta, la encaminas ciega.
Mírame,
aquí estoy, así, mírame
arrinconada a la sombra de un dios,
rezo las maldiciones
cuando llegó tu silencio.
Los hojas se revuelcan y mi soledad las soporta
en los espacios anchos como tu olvido,
dejo a la espera incierta vadear el infierno.
Si me llamaras por mi nombre,
trizas tu imagen quedada en mis sienes desiertas ahora.
Si sólo me dijeras, ¡eres mía!
Cuando te hablo,
tiembla tu boca al acecho
que partió a puñal mis sentimientos
artimaña que te arrogas,
porque la realidad se me nubla.
Tu boca, tus ojos que siempre me miran,
tu lengua que arrebatara mi sangre.
Tus manos que se hundieron en mi pubis para hacerme posesión,
entrando en mí, embriagado, impenitente tu lanza
yace hasta hoy tu semilla en mí que pudo ser vida,
te acalló la infamia hasta perderte
en fosas antiguas,
te quedaste en el ictus del verso más bello.
Tu amor fue un niño, mi amor, el tiempo de un niño,
olvidarás la suavidad del médano y su turgencia,
me olvidarás.
Si sólo me dijeras ¡eres mía!...
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